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Parque Ecológico

Revolución Mexicana

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Cuenta mi padre que aquí vio aterrizar y elevarse a cientos de aviones, incluso el Papa Juan Pablo II llegó en uno de sus tantos viajes a México. Tras tantos años de ser un aeropuerto militar, a principios de los 80 quedó prácticamente abandonado y servía ocasionalmente como campo de futbol en uno de sus rincones y pista para arrancones clandestinos, entre comillas.

 

Fue hasta 1986 cuando se inauguró como un parque, después de meses de podar, colocar bancas, hacer una laguna artificial y juegos para niños. Curiosamente el aviario no fue parte de esa remodelación, incluso no pertenecía al del parque; más bien fue una iniciativa de una asociación de vendedores de aves, que al serles donado el espacio se dieron a la tarea de acondicionar la media esfera, con la firme idea de ser un oasis de las diferentes especies de aves que cada año pasan por ahí y proteger a otras que viven permanentemente ahí. 

Hoy es uno de los mejores aviaríos de América por la cantidad de aves que recibe y su diversidad.

Con un esfuerzo de donación de dinero y el trabajo de buscar plantas específicas de cada especie, quedó instaurado a principio de los 90 este aviario que hoy es uno de los mejores de América por la cantidad de aves que recibe y su diversidad.

Hace unos años se tuvo la decisión de hacerle una nueva remodelación, en un afán de aprovechar más áreas para ampliar la ciclopista, el área de trote, espacios para ejercitarse, canchas de futbol, de beisbol, de baloncesto, un skate park, para añadirse a lo que ya había: renta de lanchas, paseos a caballo, teatro al aire libre, alberca y espacios para hacer picnics con parrillas.

La experiencia 

Personalmente este es uno de los dos lugares que me traen imborrables recuerdos, el otro es el estadio de béisbol. Porque además de pasar horas de diversión en distintos momentos, me viene a la mente a una de las personas que más le debo en la vida, mi abuela; sin ella no conociera lo que es tenacidad, orgullo y pasión por la lucha libre, el deporte de mis amores. Ella vivió por bastantes años a unas calles de aquí y prácticamente venir a verla cada semana era tener la oportunidad de jugar.

 

Recuerdo muy bien que había tres entradas, una pequeña cerca de la esfera aviaría, la otra en la calle que viene de Zaragoza y la otra del otro lado; entonces para poder pasar tenía que caminar varios minutos, más los pasos para llegar a la cancha pues todo parecía cansado. Pero ya estando en la cancha de porterías armadas con madera todo se mejoraba, porque pasaba buenas horas jugando al fútbol.

 

Ya de más grande tuve la oportunidad de entrenar balompié aquí, iba en la secundaria vespertina y para llegar necesitaba al menos 45 minutos de ida y los mismos de regreso, más los 90 minutos de práctica toda la mañana se me iba ahí. Así que mi madre me impidió volver porque no me daba tiempo hacer la tarea; mi necedad de contradecirla me duró un mes, porque el profesor se puso muy exigente y el equipo completo decidió deshacerse.

Volvieron a pasar más años para que el Ecológico se volviera mi escaparate para irme de pinta, era de los pocos lugares que abría temprano, con muchos rincones para pasar la mañana y donde mis papás no me pudieran cachar. El único problema es que no o había mucho que hacer porque no llevaba una pelota, ni podía confiarme porque los vigilantes me sorprenderían, me llevarían a la caseta de vigilancia y llamarían a mi madre. Entonces aprendí a lidiar con eso, exploré los rincones, jugué algunas veces con desconocidos al voleibol y dormí bajo un árbol.

 

Eso me dio mucho bagaje para poderlo hacer mi lugar de la tercera cita, la primera tenía que despilfarrar, la segunda educar y la siguiente que todo fuera zen. Que mejor que caminar, oír el trino de los pájaros y respirar aire puro. Por lo tanto ahí di muchos besos, arrimones y hasta traté de campeonar sin suerte. Sinceramente el Ecológico me dio mucha sabiduría y cuando tenga un hijo se la transmitiré lo más que pueda.

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