Le llaman el Lirio de Puebla, porque así era conocida una religiosa, sor María de Jesús de Tomelín y del Campo, que vivía aquí. En sus inicios, 1596, el templo ocupaba toda la cuadra; hoy solamente es un inmueble de una esquina.
Realmente no hay mucho que decir de su historia, ni tampoco de sus ornamentos churriguerescos. Lo trascendental es cómo fue dividido el convento: tiendas de zapatos, comida, un estacionamiento, más tiendas y una que lleva el mismo nombre, el cual servía como casa de monjes.
Aunque todavía hay una pequeña comunidad de monjas que habitan ahí.
La experiencia
Aquí más bien la experiencia está en lo que pasa alrededor de la iglesia, porque entrar es lo mismo que en otros inmuebles eclesiásticos; la única diferencia es que es de las pocas que entras por un lado y no por detrás. Mis recomendaciones van hacia cuatro lugares que funcionan alrededor de la Limpia Concepción, primero el estacionamiento; hay dos opciones, el del hotel que es caro pero tratan bien a tu vehículo o uno público un poco más alejado, que es barato pero debes cuidar que tu carro sea bien tratado.
Qué hacer después
Saliendo tienes tres opciones: un pequeño restaurante unos pasos hacia arriba de la calle donde se come bien y es muy pintoresco. De frente a la puerta principal hay un café, que dicho sea de paso era de mis favoritos en la etapa de universitario, porque iba poca gente, no te atosigaban para que te salieras y podías platicar con alguna chicuela cordialmente. Eso sí, el menú era simple y solo era para platicar.
En la esquina está el Cine Puebla, remodelado hace unos años es la perfecta combinación con el café. Antes te permitían ver las películas con permanencia voluntaria, pero al tomarlo Cinemex esto acabó; pero le dio una mejor calidad en las películas y lo que puedas comer. Lo que no perdió es esa calidad de poder echar novio a gusto, porque regularmente no hay mucha gente en las salas.
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